sábado, 6 de noviembre de 2010

Hoy no debería estar aquí.


Hoy no debería estar en el lugar que estoy escribiendo estas líneas, debería estar haciéndolo más allá del atlántico, concretamente en NuevaYork, sin embargo, a veces las cosas no salen como uno planea o piensa. Los últimos entrenos me han ido demostrando que debía quedarme en casa y esperar a que esta racha de baja adaptación pase. Un Maratón requiere mucho esfuerzo y sacrificio en la vida personal del atleta, sobre todo, si la preparación va enfocada a unos tiempos determinados.

Mi objetivo no era descabellado, ir por debajo de 2h 30 minutos, de hecho, ya lo hice hace tres años, pero las circunstancias de entreno y el tiempo disponible para el mismo no han sido las mismas.

Por alguna razón no me he encontrado bien entrenando a ritmos altos, a pesar de completar las sesiones, había una sensación extraña tras cada una de ellas, una sensación que me obligaba a plantearme día a día la planificación, a retocar tiempos de paso, a regular constantemente las distancias semanales. Pese a que las lesiones me han respetado y que no he tenido problemas añadidos de salud, es decir, el sistema inmunitario se ha portado de forma correcta, algo no me ha dejado entrenar con normalidad.

Asumo que el tiempo del que disponía en este año era bastante escaso, pero pensaba poder adaptarlo a las sesiones, no ha sido así. El Maratón de Nueva York quedará en suspenso durante un tiempo. No estoy desilusionado, tampoco decepcionado, si algo triste, esa tristeza que envuelve al atleta cuando ve que todo su esfuerzo desemboca en una meta vacía.

Pero si algo bueno tenemos los corredores de fondo es la facultad de levantarnos tras la caída, quizá esa sea la verdadera valentía del corredor, la verdadera soledad. Irina, mi pupila, recorrerá esos 42 kilómetros por mi, la deseo toda la suerte del mundo. Mañana desde los campos de la vega, estaré dándole ánimos, esos ánimos, que por algún motivo, quizá no tan desconocido en el fondo, yo no he tenido.

Fuerza y Honor Irina.