jueves, 22 de enero de 2009

Mis primeras series en "La Tapia"


Hace ya mucho tiempo que realice mis primeras series, aunque no se si realmente considerarlas como tal. Lo cierto es, que los cambios de ritmo eran constantes y todo ello sin darme cuenta apenas.

Era finales de los 60 y mi padre, como era costumbre todos los domingos, me llevaba en su antiguo citroen dos caballos a lo que hoy conocemos como “La Tapia”. Recuerdo que por aquellos tiempos no era una zona tan concurrida por corredores y atletas como ahora. Pasábamos con el coche al otro lado de la enigmática muralla, a una zona, que si mal no recuerdo, era bastante transitada por gentes a caballo.

Era una pradera enorme, llana y con matorrales dispersados por su terreno de forma caprichosa y aleatoria, en el horizonte no se divisaba apenas ninguna construcción, algo, que hoy, no ocurre, bien lo sabéis los que acostumbráis a realizar vuestros rodajes por esa zona. Mi padre sacaba del maletero sus herramientas, un cubo y algunos trapos y se disponía a realizar su bricolaje automovilístico de los domingos. Mientras, el balón de baloncesto, que siempre aparecía de forma sorpresiva ante mi, era abandonado al lado de una rueda de mi amigo, el citroen dos caballos (algún día explicaré esta extraña amistad).

Lo mío era corretear por aquella pradera inmensa, sortear matorrales, intentar alcanzar aquel horizonte limpio. Y allí, tras “La Tapia” de la Casa de Campo, inicie mis primeros entrenamientos de calidad, sin saberlo, poco a poco, domingo a domingo, intentaba llegar un poco más lejos, intentaba recorrer aquella pradera en su totalidad, hasta que “La Tapia” no pudiera alcanzarme. Mi padre me observaba, y a veces, tras su rostro serio y cansado, a pesar de su juventud, se vislumbraba una ligera sonrisa. No, yo no quería jugar al baloncesto, muy a su pesar, su hijo jamás seguiría la tradición paterna, de hecho la propia genética había decidido ya por mí.

Mi abuelo 2,02, mi padre 1,93 y el que escribe estas líneas, ya crecido, 1,80. La progresión inversa en la herencia de centímetros era evidente y esto parecía asumirlo mi padre con cierta benevolencia. Pero aquella falta de interés por realizar piruetas con cualquier elemento esférico era suplida por una gran energía para correr. Correr no me aburría, correr me divertía y en aquel prado detrás de “La Tapia” todos los domingos, realizaba mis primeras series. Con un jersey amplio, unos calcetines hasta la rodilla y unos zapatos bastante lejanos a las zapatillas técnicas de la actualidad, recorría una y otra vez los diversos caminos de aquel prado.

Nunca conté el tiempo que llegue a correr sin parar, sin realizar una recuperación, pero en mi concepto infantil, creía que parar era parecido a rendirme, a fracasar en el intento de llegar a aquel horizonte.

Cuando paso por el camino de “La Tapia” recuerdo aquellos domingos, y aún, a veces, sigo intentando alcanzar aquel horizonte tras dicha pared, hoy no tan limpio. No obstante tendré que dar las gracias, algún día, a mi padre, por guardar todos los domingos el balón en el maletero, mirar mi pequeño cuerpo por aquel prado y volver a sus tareas con el citroen dos caballos.

Siempre recordaré la misma pregunta de vuelta a casa.

¿Has ganado hoy?
Aún no padre, aun sigo corriendo en mi memoria por aquel prado, aun sigo día a día compitiendo contra mi mismo.

Fueron mis primeras series y yo sin saberlo.

1 comentario:

Espartano dijo...

Preciosa entrada amigo. Me ha encantado, gracias por compartirlo con nosotros.