viernes, 8 de febrero de 2008

El maratón de la memoria.

Tal vez podría tener la sensación de estar deslizándose sobre un vacío totalmente fabricado en sus pensamientos, pero eran muchos kilómetros, demasiados, como para centrar la lógica y la razón en una mirada fija sobre sus pies. Los momentos de sufrimiento, dolor y esfuerzo se ven compensados con el solo hecho de soportar, de acabar esta distancia infernal, ancestral y mítica.

Décimo sexto puesto, miraba hacia delante y, a unos diez metros, podía ver el dorsal del corredor que marcaba su estela. Mantener este ritmo era lo fundamental, sin pretender abarcar un mayor esfuerzo en su zancada. Solo, inmensamente solo, mientras sus pensamientos recorrían hechos, recuerdos y frases que acompañaron su anterior vida. Y rápido, fugazmente, junto al ritmo que se estaba imponiendo en su cuerpo, los latigazos de su corazón bombearon sangre a su cerebro con una violencia fuera de lo acostumbrado, y fue entonces, cuando aquel recuerdo le vino a su memoria.

Recordó la mirada perdida en aquel charco negro y adoquinado, buscando algún dato en sus hechos que le aclararan aquel espejo en su cabeza. Había sido un gran atleta, había tenido la facultad de ser rápido y resistente y ahora, solo podía vivir de tal sensación pasada. Cuantas veces se había sentido el ser más fuerte y respetable. desafiando las leyes físicas de la naturaleza.
¡Más deprisa, más deprisa!, le gritaba su entrenador. Un hombre bajito pero con marcados rasgos de experiencia atlética, no obstante en sus años fue un buen corredor de fondo. Aquella voz la oía vuelta tras vuelta. Con la mirada puesta en las rayas divisorias del tartán, ese sonido, le hacia resurgir de su propio cansancio. Pero en aquel charco no veía nada más que la imagen distorsionada por las ondulaciones producidas por un pajarillo que había picoteado el centro del charco, como tratando de recoger aquella imagen, una imagen, en la cual, no se reconocía. Ojeroso y cansado de andar por las calles, volviendo sobre sus pasos una y otra vez, decidió quitar su mirada de aquel charco, para así intentar huir de ese entorno vicioso y circular. Pero todo intento era inútil, su lógica, siempre tan efectiva, esta vez le traicionaba.

Observaba una y otra vez su cuerpo deformado tras un abandono de sus costumbres físicas normales. El alcohol invadía toda su sangre, aunque no necesitaba demasiada cantidad para desbocar su equilibrio hacia el desastre. Se encontraba solo, como ahora.

Doce kilómetros y veía un dorsal distinto, no acertaba a dilucidar el puesto que ocupaba, según su progresión podría ser el décimo quinto. Su cronómetro marcaba 36 minutos y 2 segundos, no estaba mal, aún así la felicidad que le ocupaba le obligaba a recordar, una vez más, mientras su aliento le acompañaba. Recordaba aquellos ojos, como observaban desde la grada, sin quitar su atención ni un momento, a sus constantes vueltas uno, dos, tres, cuatro, cinco kilómetros. Aquel día llovía, una pequeña lluvia pero pertinaz se presentó el día del test. El la invito. Recordaba como su sonrisa brilló ante tal invitación.

- ¿Puedo ir?, ¿de verdad?, ¿no te dirán nada?.

- No, si se que me estas observando eso tranquilizará mi ánimo.

Aquel hombre bajito le dio casi un ultimátum. El era bueno, pero debía demostrarlo, ¿como?, consiguiendo la aprobación de aquel maestro. Casi 4 minutos separaban el respeto del olvido, y casi, sin darse cuenta se encontró recorriendo los primeros 400 metros de aquellos 1500 que iban a darle la real valía ante aquel hombre. Y ella estaba allí, silenciosa, con los puños apretados y las piernas recogidas entre su falda. Los primeros 400 metros acabaron, oyó de la voz grave de aquel hombre.

- ¡1 minuto y 3 segundos!.

Sabia que aquello no era lo deseado, sin embargo, tenia claro que su oportunidad estaba en la segunda vuelta, tal vez si ella no hubiera estado allí, incluso debajo de aquella lluvia, posiblemente hubiera desistido.

- ¡2 minutos y 2 segundos!.

¡Ahora!, le grito aquel hombre, y junto a aquella voz, pudo oír, también, un sonido dulce que provenía de las gradas.

- ¡Corre, corre!.

Amplio zancada y enderezo su cuerpo para procurar una flexibilidad mayor en su correr, solo quedaban 700 metros, tenia 1 minuto y 43 segundos, en su cabeza empezó a ver su futuro. ¡ Era posible !.

Recordaba el deambular por las calles, arrastrando su cuerpo, un espejismo de lo que realmente fue. Lo abandono todo, la abandono a ella y se esclavizó de una culpa que creyó tener. Nadie tomo en serio su afición, su alegría por correr, la libertad de sentirse fuerte, salvaje, solamente aquella muchacha entendía su lucha y obsesión. Pero ella desapareció y con ella todo el motivo de su esfuerzo. No existía nadie que se sentara en la grada hora tras hora, quien aguantara sus conversaciones sobre técnicas atléticas. Su cabeza cayó en el olvido de si mismo. Una sacudida cubrió su cuello, como un puñal. Kilómetro quince, debía relajar. Miro a su derecha y no se encontró solo, la imagen desencajada de un corredor, se enfrentaba con su sombra.

Notaba la mezcla de su sudor con el de aquel corredor, una mezcla adictiva, excitante. Podía ser el décimo cuarto. No hay compasión, adelantar a su oponente era el inmediato objetivo y en el kilómetro 18 así decidió hacerlo. 55 minutos, todo parecía pasar muy, muy despacio. Otra vez solo, entre dos aguas, intento evadir el incipiente cansancio con recuerdos, y... recordó, recordó.

Que diferente era ahora todo. Hace no mucho su única actividad se desarrollaba en el pequeño espacio de sus pensamientos. Aquel mes... unas cuantas pastillas se encargaron de controlar lo que su corazón quería expresar. ¡No podía correr!, tenia miedo, miedo a su inseguridad, a la mirada inquieta de la soledad y aquellos charcos, ¡espejos malditos!, si ella hubiera estado...

En ellos veía lo que no quería creer, algo en su interior le obligaba a ceder ante la lógica, pero tenia miedo a crecer, a enfrentarse. Aquellos charcos, esos huecos, le mostraban su propia culpa. Ahora se sentía feliz, antaño fue cobarde y sacrifico su ilusión por los convencionalismos de la tradición e imposición familiar, y para empeorar las cosas, ella no estaba. Pero si, ahora era feliz, sentía fluir su corazón, brotar su sangre desde la cabeza hasta los pies, y corría, corría, oía una vez más, en su interior, aquella voz grave de aquel hombre pequeño.

Eran ya veinte kilómetros, 1 hora y 2 minutos de carrera, miro hacia atrás, no había nadie, relajo su zancada. Una voz le decía que podía alcanzar el décimo puesto, pero faltaba el muro, ese muro que en el kilómetro 30 se agarra a las piernas y convierte el placer en lágrimas y dolor. No obstante seguía recordando, le parecía algo increíble de que manera su memoria le rememoraba épocas ya vividas de una forma casi obsesiva.

Y recordó aquel dolor intenso, mal paso tuvo que dar, ¡maldita sea!, estaba entrenando bien y se rompió. No era el momento más adecuado, se sumaban a su baja moral los problemas físicos. No la veía en las gradas, no tenía su ánimo, para volcar en ella todo lo que no podía ni siquiera explicarse a sí mismo. Mantuvo el tipo durante un tiempo y fue cuando todo empezó. Aquellos charcos, esos huecos, se hicieron un escenario en su vida. Por fin fue vencido, aquel espíritu griego, fue vencido. Y el abandono se hizo real. Miedo, mucho miedo a verse solo en un camino, miedo a sus propios actos y al final, la misma meta, odio hacia el ser humano, ¿porque?.

Kilómetro 22 y las lagrimas al recordar le hicieron sentir un leve dolor en el costado, no podía permitirlo, apretó los dientes, enderezo la cintura y apresuro el paso en el ultimo kilómetro, aquel corredor que antes rebaso le había devuelto justa venganza, ahora, veía su espalda sudorosa alejarse. Por un instante le perdió, aquella cuesta estaba limando sus tobillos y la antigua lesión que le había hecho recordar el abandono de su libertad, le aviso.

¡Que más da!, siempre acaba superando ese dolor. La cuesta desapareció y con ella la sensación agónica. Cerca del kilómetro 25 decidió despertar del letargo. Miro su cronómetro, 1 hora y 18 minutos, ¡iba bien!, sus piernas se lanzaron hacia el asfalto en busca de aquel sudor que noto alejarse. En el kilómetro 27, aquel ritmo infernal, menos de 3 minutos y 2 segundos en el último kilómetro, le había permitido situarse en el puesto número doce. Diviso, agachado, a aquel corredor que había sido compañero suyo durante algunos kilómetros, roto, angustiado, llorando con la rabia contenida en su dolor. Este es el pago del asfalto, pero no podía mirar, tenia que seguir, corriendo, impulsando sus piernas. Miro el cronómetro, 1 hora y 25 minutos, kilómetro 27, poco a poco llegaba el muro, ¿podría soportarlo?, tal vez hoy si. Y le impusieron un orden no deseado, volvió a recordar. No podía seguir su libertad, sus propios instintos, alienado, confinado en una naturaleza cotidiana.

Recordó, una vez más, sus intentos por volver a ser el mismo, correr, deslizarse por su propio infierno, no había fuerzas y ella tampoco estaba. Solo aquella copa en su mano le hacia olvidar todo lo que por cobardía e ignorancia no supo arriesgar. Pero no podía desviar sus pensamientos en aquellos momentos.

Kilómetro 30, aquel ritmo de 3 minutos era insoportable, algo que solo podía asumir físicamente algunos atletas en el mundo, tal vez dos o tres, así que la factura pronto seria pagada. Entre el kilómetro 30 y 31 transcurrieron 3 minutos y 30 segundos, entre el 31 y el 32, 3 minutos y 40 segundos.

Estaba claro, el muro era verdad, existía, y el lo estaba comprobando. Miro el cronómetro, 1 hora y 41 minutos, todavía 10 kilómetros por delante, y a 100 metros la oportunidad de ser décimo.

Y recordó como lloro por la ausencia de fuerza en su lógica. Había olvidado la práctica atlética, hacia ya mucho tiempo. Era distinto, muy distinto, menos considerado hacia su persona y lamento el no poder gritar, no había nadie a quien hacerlo, nadie. Noto como el roce de un codo se acoplaba en su costado, una curva cerrada se empeñaba en hacer difícil el correr fluido, y otro atleta, ¡el undécimo puesto!, pugnaba por tomar la cuerda en dicha curva.

Aquel hombre era más alto y fuerte, pero demostraba una ligereza de ánimo en su empresa, por el contrario los músculos de ambos atletas, atenuados por el cansancio, se atoraban en concluir el movimiento. Se volvió contra su contrincante, y a la vez compañero, amplio zancada y se dispuso a despegar aquel codo que se hacia uno con su cintura. Liberado de todo recuerdo, deslumbró la pancarta del kilómetro 35, ¡fin del muro!. Era el undécimo. Un cronómetro situado en lo alto de un andamio marcaba 1 hora y 52 minutos. Las piernas pasaron a un estado de costumbre y esos músculos se regularon al mismo correr. Solo una idea...acabar, acabar. Recordó a aquel pequeño hombre, cuando mirándole duramente le dijo.

- Debes ser lo suficientemente duro como para transformar tu derrota en victoria, si luchas vencerás.

Ella una vez le dijo que le amaba, y convirtió su derrota en victoria, ella fue fuerte. Pero no podía perder ritmo, una cuesta de adoquín, unos 200 metros, la pancarta de 40 km, cronómetro 2 horas y 9 minutos, no veía el décimo lugar, tal vez detrás de la curva...

El adoquín acabo por reventar su ampolla formada en el kilómetro 30, pero no era importante. Se diviso la avenida, 2 kilómetros de recta asfáltica y un ambiente no muy caluroso, aunque su cuerpo ya no fuera capaz de agradecerlo. Las sirenas de los motoristas anunciaban la cercanía de los 42 kilómetros y 195 metros.

42 kilómetros, 2 horas y 16 minutos, ¡corre, corre!, oía una y otra vez esa voz. El décimo puesto era impensable, 10 metros más y la meta, ¡por fin!. El cronómetro marcaba 2 horas 17 minutos 35 exactamente. Se apresuro a tomar el agua ofrecida por la organización, en estos momentos, y a pesar de no estar entre los diez primeros, estaba feliz. Había convertido su derrota en victoria. Tras el murmullo de la gente y los altavoces anunciando a los ganadores, una voz despunto.

- ¡Eh, eh, eh!, ¡estoy aquí!.

Luego silencio. Minutos después, desde su descanso, alzo la vista. Era su esposa y compañera, la miro, ahora sabe porque corre, ya no esta solo, tal vez no fuera ella, pero sin lugar a dudas, su amor, esta vez era sincero, fuerte y verdadero. Por fin tenía un motivo para transformar la derrota en victoria y... no recordar nunca, nunca más.

Este fue un Marathón especial tanto para sus piernas como para su memoria.

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