domingo, 17 de febrero de 2008

Sensaciones.

Sentir el cuerpo, despertar cada mañana con sensaciones ya conocidas es lo mejor que puede pasarnos, sin embargo, en ocasiones, aparece alguna desconocida, algo que desequilibra nuestro despertar rutinario y es, entonces, cuando todas las alarmas con más o menos intensidad se activan.

Con los años se aprende, se aprende y mucho, hasta tal punto que se puede medir e incluso preveer como irá la jornada de entreno. Ese pequeño dolor, ajeno a todos los acostumbrados, se maximiza en su importancia, y aunque tengamos sensaciones dolorosas mucho mayores, con el tiempo, se hacen casi indoloras, y ese nuevo dolor, el que aparece una mañana de repende, ese es el principal, el causante de nuestra preocupación inicial.

Esa misma mañana uno sale a entrenar con la esperanza de ver desaparecer esa ligera sensación nueva, pendiente de ella, intentando acoplar su nuevo ritmo a la partitura general diaria. Pero pasan los kilómetros y la pequeña sensación, empieza a ser más y más preocupante, no desaparece, se acrecienta y es, entonces, cuando se activan los mecanismos de defensa, la voluntad del corredor de fondo. El descanso, el parar, se hace el remedio mas lógico, e incluso, en ocasiones, los demás dolores familiares se inhiben, son sustituidos por este nuevo protagonista que invade todo nuestro sistema nervioso.

Al acabar la jornada uno se siente esperanzado, pensando, que quizá al dia siguiente todo vaya mejor, y si, a veces eso ocurre, pero en otras las circunstancias no son las más favorables y aquella sensación inofensiva, apenas molesta, se convierte en nuestro mayor enemigo. Ahí comienza nuestra lucha, más mental que física, en donde nuestro verdadero valor de atletas se hace necesario para superarlo. Da igual el nivel atlético que tengamos, pues esas sensaciones, esas molestias que alguna vez se hacen presentes no discriminan y, es, quizá, en esos momentos de abatimiento y pesimismo, donde se establece la diferencia.

Aquellos que son fuertes, pacientes en sus impulsos, lograrán despertarse una mañana, de nuevo, con aquellas molestias de siempre, los que no, volverán a sentir muchas mañanas la misma sensación, una y otra vez, hasta que un buen día, ese dolor, ese ataque a la estabilidad física, se convierte en uno más en el coro y seguirán sumando, añadiendo sensaciones, y sensaciones, hasta que un dia son demasiadas y empieza a costar ser fuerte, la ilusión desaparece.

Y ya no disfrutas, ya no entrenas, simplemente se sufre sin sentido.Si, compañeros, con los años he aprendido. Tengo muchas sensaciones ya familiares y algunas mañanas, cada vez más por la edad, aparece una nueva. No obstante, y a pesar de lo duro que puede ser para alguien que correr es casi su vida, paro, descanso, doy tregua y poco a poco, aún consigo despertarme cada mañana con las mismas sensaciones de hace años, aquellas viejas molestias que ya son parte de mi cuerpo, algo que, aunque suene paradójico, me grita dia a dia que aún sigo vivo.

jueves, 14 de febrero de 2008

Los motivos para correr.

Lo difícil, como para cualquier actividad de la vida que requiere un esfuerzo, es empezar y empezar muchas veces requiere de una determinada motivación, un objetivo a cumplir o una meta deseada por realizar. Muchas personas se plantean el inicio de su actividad física como una herramienta para mejorar su salud y prevenir posibles problemas físicos. Otros, sin embargo, deciden retomar aquella actividad que durante años realizaron, y que por diversos motivos, tuvieron que abandonar, véase mi caso personal.

Sin embargo, independientemente de las motivaciones, lo cierto es que un porcentaje muy alto de personas que se introducen en el mundo atlético les resulta difícil abandonarlo una vez lo prueban y se hace un hábito en su vida. Pero, ¿Cuáles son las mejoras que producen esta situación?, ¿qué beneficios nos trae la carrera a pie?.

Correr prolonga la vida. Es quizá una afirmación muy concreta y general pero cierta. Muchos estudios han demostrado que la realización de ejercicio es beneficiosa para poder llevar una vida sana, y el mejor ejercicio: correr. 25 kms a la semana a un paso entre 6 minutos por kms y 6.30 minutos por kilómetro, reducen el riesgo de problemas cardiacos. También diversas investigaciones, demuestran que realizar entre 50 y 60 km a la semana aumenta la longevidad en una proporción bastante evidente con respecto a los sedentarios. Incluso se puede obtener una mejoría psicológica, se tendrá mejor aspecto y un mejor estado de ánimo.

Pero veamos algunos beneficios de la carrera a pie un poco más detalladamente, junto con los pequeños inconvenientes que su práctica puede acarrear al no aplicar unas normas básicas.

Articulaciones. Aunque determinadas articulaciones como rodillas y tobillas son utilizadas con un grado bastante grande en la carrera, básicamente se produce una mejora en su flexibilidad y fortaleza, siempre y cuando se usen prácticas adecuadas y seamos cabales en nuestras limitaciones, cargas de entrenamiento y aumento de volumen. Si nuestras articulaciones están tocadas, deterioradas o sufren de alguna enfermedad, la carrera solo acelerará este proceso. Antes de comenzar someterse a un estudio para evitar posibles problemas articulares en el futuro.

Personalmente y con el transcurso de los años, he podido comprobar que muchas lesiones que se originan en las articulaciones son debidas a cargas mal distribuidas, una pisada inadecuada y el uso de un calzado poco apropiado. Es muy importante mantener un equilibrio en todos estos factores para poder sacar un beneficio a la carrera y que esta no se convierta en un enemigo de nuestra salud. Es fundamental, antes de empezar un entrenamiento orientado y serio, fortalecer nuestras articulaciones con ejercicios generales.

Psicológicos. Correr puede y de hecho mejora el funcionamiento mental. Gracias a la liberación de las endorfinas (la llamada hormona de la felicidad) durante su práctica se produce un efecto de aumento del estado de ánimo y un estado de exaltación que en la mayoría de los casos crea hábito. Sin embargo también se puede llegar a una saturación psicológica al no dar un respiro y tomar nuestro hábito de correr como una obligación. Debemos correr, si, pero con mesura y teniendo siempre unas prioridades, al fin y al cabo no somos profesionales, ¿o si?.

Muchas veces he tenido que disminuir volumen o cambiar los ejercicios y sistemas de entreno por entrar en una fase de apatía y desgana. Con el tiempo uno aprende a modular estas situaciones y a ser más ecuánime en el reparto de esfuerzo y variedad de entrenamiento. Por el contrario, es cierto que he observado una mayor capacidad para pensar en positivo, sobre todo después de una sesión de rodaje (carrera de nivel y velocidad baja) donde el disfrute y la satisfacción han sido máximos.

Circulación sanguínea. Los músculos implicados en la carrera son atendidos especialmente por nuestro sistema circulatorio, esto unido a los periodos de recuperación, obligados en cualquier actividad física, produce una dilatación de las arterias y venas para ser capaces de asimilar una mayor cantidad de sangre. Digamos que es una forma, de las muchas posibles, de la llamada supercompensación.

Longevidad. Por cada década nuestro organismo sufre un declive físico medio de un 3% y en los ancianos se produce con mayor velocidad por su poca actividad física. Si habitualmente realizamos una actividad física este porcentaje puede verse reducido. Puedo asegurar que desde que he vuelto a la práctica del atletismo y del deporte en general me siento más vitalista e incluso, y aunque sea una presunción por mi parte, observo con cierta gracia, como muchas personas se confunden a calcular mi verdadera edad cronológica. Un complejo de Peter Pan que viene muy bien alimentar de vez en cuando.

Electrolitos. Corriendo aumentamos el riego sanguíneo a muchos órganos con el aumento de electrolitos en sangre. Estos electrolitos se pierden con el sudor y en mayor grado con temperaturas altas, por lógica. Si ha esto unimos una buena hidratación antes, durante y después de nuestra sesión, conseguiremos que nuestro organismo aprenda de alguna forma a racionalizar estos elementos. Con ello también conseguiremos una disminución en los molestos calambres musculares y en los umbrales de deshidratación.

Sistema hormonal. Se produce un aumento del crecimiento hormonal, se acelera el desarrollo muscular y se queman las grasas con mayor efectividad. Es decir, nuestro cuerpo aprende a ser eficaz en sus funciones metabólicas. Por el contrario el cuerpo humano no es la herramienta tan perfecta que creemos, tiende a deteriorarse y a volverse costumbrista en ciertos aspectos, por lo tanto, debemos adquirir buenas “manías” y maneras para que nuestro organismo sea capaz de autoregenerarse con una mayor rapidez y eficacia.

Sistema Óseo. Se incrementa la estabilidad de los huesos, fortaleza y grosor, aunque si realizamos grandes volúmenes de kilometraje deberemos añadir algunos ejercicios de fortalecimiento con pesas para evitar lesiones y posibles problemas óseos.

Sistema muscular. Se aumenta la cantidad de vasos que suministran sangre a los músculos y debido al crecimiento de determinadas características musculares se mejora la capacidad de asimilar proteínas, quemar grasas y economizar la energía.

Sudoración. Se mejora la capacidad de asimilar el calor por medio de una sudoración más efectiva.

Presión arterial. El corazón engrosa sus paredes y ventrículos por lo tanto, con cada latido, llegará más sangre a los pulmones y el pulso en reposo (recién levantado y acostado) disminuye aproximadamente entre un 15% y un 20%. Digamos que el corazón se adapta poco a poco al esfuerzo y “aprende” a economizar su trabajo.

Sistema respiratorio. Los pulmones tienen una capacidad determinada y esta no se puede mejora, no obstante si se puede mejorar el funcionamiento de los músculos respiratorios lo que puede, y de hecho beneficia, a la función respiratoria global.

Sistema inmunitario. Al realizar distancias medias, entre 30 y 60 kms semanales, el sistema inmunitario se fortalecerá ante posibles riesgos de infección. Pero al realizar grandes volúmenes de trabajo, nuestro sistema inmunitario se ve debilitado ya que nuestro organismo se encuentra “entretenido” en atender otras prioridades. Por lo que los periodos de recuperación y suplementación, a estos niveles, son esenciales.

lunes, 11 de febrero de 2008

Consejos de un mosquito.

Llegaron los dias calurosos y con ellos la posibilidad de viajar oculto en el globo ocular de algún corredor humano confiado. Algo quiero comunicar, no obstante, a mis congeneres mosquitos.Tened cuidado con la gota de sudor ocasional, si, esa gota que se desliza suavemente por la ceja, para terminar barriendonos de forma violenta y desconsiderada.

Y de aquellos humanos corredores que usan gafas protectoras, si compañeros, esos que aunque el sol niege su intensidad luminosa propia de esta estación, llevan esas gafas, las llevan incluso en el frio y nublado invierno. Otros humanos, ajenos a ellos, piensan que es por puro narcisismo, pero nosotros sabemos, queridos amigos mosquitos, que es una barrera contra los cuerpos extraños, una categoría en la cual estamos incluidos. El tomar en cuenta tal obstáculo puede traeros graves consecuencias y acabar empotrados y aplastados contra el traicionero cristal.Sin embargo, si conseguis embarcaros sobre el rostro escurridizo de algún humano corredor, sentireis una curiosa sensación, pues al picotear sobre su humeda piel obtendreis, inicialmente, un sabor salado, poco agradable para nuestro goloso paladar, pero pronto captareis otro mas dulce y espeso, un sabor distinto al acostumbrado en estas circunstancias.

Un fluido excesivamente oxigenado y lleno de vida, que os permitirá disfrutar, de verdad, del verdadero nectar de los dioses.Estos humanos corredores acostumbran a realizar grandes distancias a pie, ignorando, ayudados por su escudo ocular, nuestra presencia. A pesar de que algunos, de forma bastante desconsiderada, realizan sus rutinarios recorridos por la ribera de algún rio, donde somos más fuertes y hábiles, nuestros esfuerzos son inútiles, pues no pararán y os obligarán a alimentaros de su sangre de forma apresurada y poco eficaz, eso si sois capaces de mantener el tipo después de chocar contra alguna parte de su cuerpo acelerado y cortado por la brisa o bien contra el mencionado obstáculo ocular.Si de forma aleatoria os encontraís con algún humano corredor despistado que deja sus globos oculares al descubierto, tal vez, incitados por la luminosidad y viscosidad de su materia, intentaís introduciros en su interior. Hacedlo sobre sus parpados no entreis en la zona blanca, pues a pesar de ser atractiva para nuestro instinto, también nos resulta mortal, pues su pegagosa gelatina nos impedirá retomar el vuelo de nuevo.

Pero si por cualquier motivo, amigos mios, vuestrro vuelo se desvia y no conseguis posaros en alguna zona rosada y sudorosa y caeís en la zona blanca, morir con honor, pues vuestra muerte servirá, durante unos cuantos minutos, tal vez, para interrumpir la carrera del humano o quizá su disfrute de sensaciones.A fin de cuentas no solo ellos deben agradecer el uso de ese obstáculo llamado gafas, nosotros también, pues puede evitarnos la muerte y darnos una nueva oportunidad de iniciar un nuevo ataque.

Por mi parte yo he tenido suerte y como veís aquí sigo, revoloteando por la orilla de mi rio y esperando con ansiedad el dia siguiente, cuando mi humano preferido pase sudoroso y sonriente por mis dominios. Entonces atacaré su piel, su sangre dulce y oxigenada y observaré sus entrenos constantes para mejorar la calidad de su rojo nectar y una vez más dejar la marca de mi presencia.

Suerte queridos hermanos.

viernes, 8 de febrero de 2008

Por el valle.


40 minutos de carrera continua con una ligera lluvia que me ha recordado mis rodajes de hace años, un mes de agosto, por el Valle de Elizondo, y un poco de gimnasio para fortalecer.
Recuerdo como la mayor parte de las mañanas me cruzaba con un anciano lugareño que portaba en un carro inmensos matojos de heno tirado por una mula cansada y curtida. El me miraba y yo le sonreía, con el pasar de los días la sonrisa y la mirada se tornaron saludo y el saludo se transformo un buen día en amena conversación. Me pregunto de donde era, pues nunca me había visto por allí.

- De Madrid, le dije.

- aha, respondió mientras encendía un cigarro a medio acabar.

- ¿Y por allí se puede correr? -. La pregunta me hizo pensar. Supongo que para el anciano el campo y la ciudad significaban posibilidades distintas. Para el, tanto coche, polución y prisas no tenían nada que ver con el ejercicio físico.

- Si, se puede, aunque debes buscar los sitios -, le dije.

- Aquí no hay que buscar, simplemente ¡¡ lo tienes !! –

- ¿Conoce algún sendero distinto para poder correr mañana por ahí?, siempre hago el mismo -.

- Si, sube al carro -.

Por primera vez en mi vida tuve la sensación de paz que todos buscamos, una paz verdadera, sin disimulos. El traqueteo del carro, junto a la leve brisa que aquel día se hospedaba en el valle, eran una combinación perfecta.

El anciano me fue enseñando cada una de las casas por las que pasábamos.

- Mira esa casa es de un amigo mío de la infancia, murió el pobre, como ves la casa ya tampoco tiene vida -.

- Esa otra es de Iratxe,(creo que así era el nombre) simpática moza, aunque sus perros tienen malas pulgas, no pases corriendo delante -.

- Esta era una vaquería, luego fue panadería, luego en la guerra fue un pajar donde algunos republicanos venidos de Francia se escondían al pasar ilegalmente la frontera. Aun era yo un mozo de buen ver -.

- Aquella que ves al fondo es de una viuda, apenas la he visto sonreír desde que con 19 años le mataron a su marido en la guerra. Tuvo que criar a sus tres hijos, ahora vive sola, ¿sus hijos?, simplemente no vienen -.

Yo miraba, con las piernas llenas de paja pegada con mi sudor. Me parecía estar en otro mundo y deseaba que al día siguiente volviera a repetirse.

Nos bajamos del carro y me enseño un camino que subía hacia una hermíta abandonada. Yo le mire, mire el camino, ¡¡¡ Vaya subida !!! pensé.

El buen hombre me pregunto por Mariano Haro, me pregunto si yo le conocía, si seguía corriendo. Me dijo, que cuando tuvo un televisor por primera vez pudo verle correr en un camino rojo, allí, lejos en Alemania creo que era, donde se fueron mis nietos.- Las olimpiadas de Munich -, le dije.

- Ah -, volvió a encenderse, una vez más, la colilla que ya tenia en la boca apagada desde hace tiempo.

No le conteste más, me dio la impresión que aquella imagen que vio en el televisor de aquel hombre corriendo, un hombre hecho así mismo como el, le dejo un tanto impresionado. No me atreví a decirle que aún vivía pero que ya no corría. creo que fue un error, el callado, esperó respuesta, se sonrió y continuo camino. En el fondo ya lo sabía.

LLegamos a la hermita, por detrás, había un camino, estrecho pero muy llano de unos 2 km que finalizaba en una pendiente no muy pronunciada, una nueva subida y al final... el camino se cortaba en unos riscos donde, si te subías, podías ver San Juan de Luz y atisbar un trozo de mar.
En total eran unos 6 km me dijo. Al decírmelo, le mire, ni siquiera jadeaba, el anciano había andado conmigo todo el camino, a mi par, hablando y parecía un chaval.

- Volvamos -, dijo.

Otros 6 km, pensé hasta el carro, sorprendente.

En el carro nos despedimos, yo volví rodando a la casa rural donde me esperaban mi mujer y mis amigos, gire la cabeza y lo vi. alejarse silbando a la mula que parecía entender todas sus órdenes. Al día siguiente rodé por aquel camino, no volví a verle, ¿coincidencia quizá?, pero la sensación que tuve aquel día al pasar por la hermita fue hermosa, placentera, creo que por primera vez en mi vida pude volar con mis pies. ¿Tal vez la altura?, no lo creo.

El maratón de la memoria.

Tal vez podría tener la sensación de estar deslizándose sobre un vacío totalmente fabricado en sus pensamientos, pero eran muchos kilómetros, demasiados, como para centrar la lógica y la razón en una mirada fija sobre sus pies. Los momentos de sufrimiento, dolor y esfuerzo se ven compensados con el solo hecho de soportar, de acabar esta distancia infernal, ancestral y mítica.

Décimo sexto puesto, miraba hacia delante y, a unos diez metros, podía ver el dorsal del corredor que marcaba su estela. Mantener este ritmo era lo fundamental, sin pretender abarcar un mayor esfuerzo en su zancada. Solo, inmensamente solo, mientras sus pensamientos recorrían hechos, recuerdos y frases que acompañaron su anterior vida. Y rápido, fugazmente, junto al ritmo que se estaba imponiendo en su cuerpo, los latigazos de su corazón bombearon sangre a su cerebro con una violencia fuera de lo acostumbrado, y fue entonces, cuando aquel recuerdo le vino a su memoria.

Recordó la mirada perdida en aquel charco negro y adoquinado, buscando algún dato en sus hechos que le aclararan aquel espejo en su cabeza. Había sido un gran atleta, había tenido la facultad de ser rápido y resistente y ahora, solo podía vivir de tal sensación pasada. Cuantas veces se había sentido el ser más fuerte y respetable. desafiando las leyes físicas de la naturaleza.
¡Más deprisa, más deprisa!, le gritaba su entrenador. Un hombre bajito pero con marcados rasgos de experiencia atlética, no obstante en sus años fue un buen corredor de fondo. Aquella voz la oía vuelta tras vuelta. Con la mirada puesta en las rayas divisorias del tartán, ese sonido, le hacia resurgir de su propio cansancio. Pero en aquel charco no veía nada más que la imagen distorsionada por las ondulaciones producidas por un pajarillo que había picoteado el centro del charco, como tratando de recoger aquella imagen, una imagen, en la cual, no se reconocía. Ojeroso y cansado de andar por las calles, volviendo sobre sus pasos una y otra vez, decidió quitar su mirada de aquel charco, para así intentar huir de ese entorno vicioso y circular. Pero todo intento era inútil, su lógica, siempre tan efectiva, esta vez le traicionaba.

Observaba una y otra vez su cuerpo deformado tras un abandono de sus costumbres físicas normales. El alcohol invadía toda su sangre, aunque no necesitaba demasiada cantidad para desbocar su equilibrio hacia el desastre. Se encontraba solo, como ahora.

Doce kilómetros y veía un dorsal distinto, no acertaba a dilucidar el puesto que ocupaba, según su progresión podría ser el décimo quinto. Su cronómetro marcaba 36 minutos y 2 segundos, no estaba mal, aún así la felicidad que le ocupaba le obligaba a recordar, una vez más, mientras su aliento le acompañaba. Recordaba aquellos ojos, como observaban desde la grada, sin quitar su atención ni un momento, a sus constantes vueltas uno, dos, tres, cuatro, cinco kilómetros. Aquel día llovía, una pequeña lluvia pero pertinaz se presentó el día del test. El la invito. Recordaba como su sonrisa brilló ante tal invitación.

- ¿Puedo ir?, ¿de verdad?, ¿no te dirán nada?.

- No, si se que me estas observando eso tranquilizará mi ánimo.

Aquel hombre bajito le dio casi un ultimátum. El era bueno, pero debía demostrarlo, ¿como?, consiguiendo la aprobación de aquel maestro. Casi 4 minutos separaban el respeto del olvido, y casi, sin darse cuenta se encontró recorriendo los primeros 400 metros de aquellos 1500 que iban a darle la real valía ante aquel hombre. Y ella estaba allí, silenciosa, con los puños apretados y las piernas recogidas entre su falda. Los primeros 400 metros acabaron, oyó de la voz grave de aquel hombre.

- ¡1 minuto y 3 segundos!.

Sabia que aquello no era lo deseado, sin embargo, tenia claro que su oportunidad estaba en la segunda vuelta, tal vez si ella no hubiera estado allí, incluso debajo de aquella lluvia, posiblemente hubiera desistido.

- ¡2 minutos y 2 segundos!.

¡Ahora!, le grito aquel hombre, y junto a aquella voz, pudo oír, también, un sonido dulce que provenía de las gradas.

- ¡Corre, corre!.

Amplio zancada y enderezo su cuerpo para procurar una flexibilidad mayor en su correr, solo quedaban 700 metros, tenia 1 minuto y 43 segundos, en su cabeza empezó a ver su futuro. ¡ Era posible !.

Recordaba el deambular por las calles, arrastrando su cuerpo, un espejismo de lo que realmente fue. Lo abandono todo, la abandono a ella y se esclavizó de una culpa que creyó tener. Nadie tomo en serio su afición, su alegría por correr, la libertad de sentirse fuerte, salvaje, solamente aquella muchacha entendía su lucha y obsesión. Pero ella desapareció y con ella todo el motivo de su esfuerzo. No existía nadie que se sentara en la grada hora tras hora, quien aguantara sus conversaciones sobre técnicas atléticas. Su cabeza cayó en el olvido de si mismo. Una sacudida cubrió su cuello, como un puñal. Kilómetro quince, debía relajar. Miro a su derecha y no se encontró solo, la imagen desencajada de un corredor, se enfrentaba con su sombra.

Notaba la mezcla de su sudor con el de aquel corredor, una mezcla adictiva, excitante. Podía ser el décimo cuarto. No hay compasión, adelantar a su oponente era el inmediato objetivo y en el kilómetro 18 así decidió hacerlo. 55 minutos, todo parecía pasar muy, muy despacio. Otra vez solo, entre dos aguas, intento evadir el incipiente cansancio con recuerdos, y... recordó, recordó.

Que diferente era ahora todo. Hace no mucho su única actividad se desarrollaba en el pequeño espacio de sus pensamientos. Aquel mes... unas cuantas pastillas se encargaron de controlar lo que su corazón quería expresar. ¡No podía correr!, tenia miedo, miedo a su inseguridad, a la mirada inquieta de la soledad y aquellos charcos, ¡espejos malditos!, si ella hubiera estado...

En ellos veía lo que no quería creer, algo en su interior le obligaba a ceder ante la lógica, pero tenia miedo a crecer, a enfrentarse. Aquellos charcos, esos huecos, le mostraban su propia culpa. Ahora se sentía feliz, antaño fue cobarde y sacrifico su ilusión por los convencionalismos de la tradición e imposición familiar, y para empeorar las cosas, ella no estaba. Pero si, ahora era feliz, sentía fluir su corazón, brotar su sangre desde la cabeza hasta los pies, y corría, corría, oía una vez más, en su interior, aquella voz grave de aquel hombre pequeño.

Eran ya veinte kilómetros, 1 hora y 2 minutos de carrera, miro hacia atrás, no había nadie, relajo su zancada. Una voz le decía que podía alcanzar el décimo puesto, pero faltaba el muro, ese muro que en el kilómetro 30 se agarra a las piernas y convierte el placer en lágrimas y dolor. No obstante seguía recordando, le parecía algo increíble de que manera su memoria le rememoraba épocas ya vividas de una forma casi obsesiva.

Y recordó aquel dolor intenso, mal paso tuvo que dar, ¡maldita sea!, estaba entrenando bien y se rompió. No era el momento más adecuado, se sumaban a su baja moral los problemas físicos. No la veía en las gradas, no tenía su ánimo, para volcar en ella todo lo que no podía ni siquiera explicarse a sí mismo. Mantuvo el tipo durante un tiempo y fue cuando todo empezó. Aquellos charcos, esos huecos, se hicieron un escenario en su vida. Por fin fue vencido, aquel espíritu griego, fue vencido. Y el abandono se hizo real. Miedo, mucho miedo a verse solo en un camino, miedo a sus propios actos y al final, la misma meta, odio hacia el ser humano, ¿porque?.

Kilómetro 22 y las lagrimas al recordar le hicieron sentir un leve dolor en el costado, no podía permitirlo, apretó los dientes, enderezo la cintura y apresuro el paso en el ultimo kilómetro, aquel corredor que antes rebaso le había devuelto justa venganza, ahora, veía su espalda sudorosa alejarse. Por un instante le perdió, aquella cuesta estaba limando sus tobillos y la antigua lesión que le había hecho recordar el abandono de su libertad, le aviso.

¡Que más da!, siempre acaba superando ese dolor. La cuesta desapareció y con ella la sensación agónica. Cerca del kilómetro 25 decidió despertar del letargo. Miro su cronómetro, 1 hora y 18 minutos, ¡iba bien!, sus piernas se lanzaron hacia el asfalto en busca de aquel sudor que noto alejarse. En el kilómetro 27, aquel ritmo infernal, menos de 3 minutos y 2 segundos en el último kilómetro, le había permitido situarse en el puesto número doce. Diviso, agachado, a aquel corredor que había sido compañero suyo durante algunos kilómetros, roto, angustiado, llorando con la rabia contenida en su dolor. Este es el pago del asfalto, pero no podía mirar, tenia que seguir, corriendo, impulsando sus piernas. Miro el cronómetro, 1 hora y 25 minutos, kilómetro 27, poco a poco llegaba el muro, ¿podría soportarlo?, tal vez hoy si. Y le impusieron un orden no deseado, volvió a recordar. No podía seguir su libertad, sus propios instintos, alienado, confinado en una naturaleza cotidiana.

Recordó, una vez más, sus intentos por volver a ser el mismo, correr, deslizarse por su propio infierno, no había fuerzas y ella tampoco estaba. Solo aquella copa en su mano le hacia olvidar todo lo que por cobardía e ignorancia no supo arriesgar. Pero no podía desviar sus pensamientos en aquellos momentos.

Kilómetro 30, aquel ritmo de 3 minutos era insoportable, algo que solo podía asumir físicamente algunos atletas en el mundo, tal vez dos o tres, así que la factura pronto seria pagada. Entre el kilómetro 30 y 31 transcurrieron 3 minutos y 30 segundos, entre el 31 y el 32, 3 minutos y 40 segundos.

Estaba claro, el muro era verdad, existía, y el lo estaba comprobando. Miro el cronómetro, 1 hora y 41 minutos, todavía 10 kilómetros por delante, y a 100 metros la oportunidad de ser décimo.

Y recordó como lloro por la ausencia de fuerza en su lógica. Había olvidado la práctica atlética, hacia ya mucho tiempo. Era distinto, muy distinto, menos considerado hacia su persona y lamento el no poder gritar, no había nadie a quien hacerlo, nadie. Noto como el roce de un codo se acoplaba en su costado, una curva cerrada se empeñaba en hacer difícil el correr fluido, y otro atleta, ¡el undécimo puesto!, pugnaba por tomar la cuerda en dicha curva.

Aquel hombre era más alto y fuerte, pero demostraba una ligereza de ánimo en su empresa, por el contrario los músculos de ambos atletas, atenuados por el cansancio, se atoraban en concluir el movimiento. Se volvió contra su contrincante, y a la vez compañero, amplio zancada y se dispuso a despegar aquel codo que se hacia uno con su cintura. Liberado de todo recuerdo, deslumbró la pancarta del kilómetro 35, ¡fin del muro!. Era el undécimo. Un cronómetro situado en lo alto de un andamio marcaba 1 hora y 52 minutos. Las piernas pasaron a un estado de costumbre y esos músculos se regularon al mismo correr. Solo una idea...acabar, acabar. Recordó a aquel pequeño hombre, cuando mirándole duramente le dijo.

- Debes ser lo suficientemente duro como para transformar tu derrota en victoria, si luchas vencerás.

Ella una vez le dijo que le amaba, y convirtió su derrota en victoria, ella fue fuerte. Pero no podía perder ritmo, una cuesta de adoquín, unos 200 metros, la pancarta de 40 km, cronómetro 2 horas y 9 minutos, no veía el décimo lugar, tal vez detrás de la curva...

El adoquín acabo por reventar su ampolla formada en el kilómetro 30, pero no era importante. Se diviso la avenida, 2 kilómetros de recta asfáltica y un ambiente no muy caluroso, aunque su cuerpo ya no fuera capaz de agradecerlo. Las sirenas de los motoristas anunciaban la cercanía de los 42 kilómetros y 195 metros.

42 kilómetros, 2 horas y 16 minutos, ¡corre, corre!, oía una y otra vez esa voz. El décimo puesto era impensable, 10 metros más y la meta, ¡por fin!. El cronómetro marcaba 2 horas 17 minutos 35 exactamente. Se apresuro a tomar el agua ofrecida por la organización, en estos momentos, y a pesar de no estar entre los diez primeros, estaba feliz. Había convertido su derrota en victoria. Tras el murmullo de la gente y los altavoces anunciando a los ganadores, una voz despunto.

- ¡Eh, eh, eh!, ¡estoy aquí!.

Luego silencio. Minutos después, desde su descanso, alzo la vista. Era su esposa y compañera, la miro, ahora sabe porque corre, ya no esta solo, tal vez no fuera ella, pero sin lugar a dudas, su amor, esta vez era sincero, fuerte y verdadero. Por fin tenía un motivo para transformar la derrota en victoria y... no recordar nunca, nunca más.

Este fue un Marathón especial tanto para sus piernas como para su memoria.

lunes, 4 de febrero de 2008

Precauciones ante los perros.

No es habitual, hoy en día y gracias a la educación y costumbre de los perros, que ataquen a un corredor. Cada vez resulta más común, para estos animales, la visión de un corredor bien por las calles de nuestra ciudad, parques o zonas verdes. Hace años la actitud de estos animales hacia los "runners" era algo más "violenta". Por suerte y por lo que he podido comprobar a lo largo de mis años de entrenos y de cruzarme con perros por distintas zonas, estas situaciones parecen menos frecuentes.No obstante no viene mal recordar algunas precauciones:

1- Nunca debe enfrentarse uno a un perro que supuestamente tiene una actitud previa al ataque: orejas altas, rabo elevado y con la mirada fija.

2- Si el perro tiene el rabo bajo es porque está asustado procura evitarle, puede reaccionar violentamente por puro instinto de conservación.

3- No tirarle nada con la mano por encima de la cabeza, ya que lo puede interpretar como una amenaza.

4- Si te cruzas con un perro, disminuye la velocidad de carrera y no le pierdas de vista, evitando mirarle fijamente a los ojos, ya que puede interpretarlo como amenaza por tu parte. En mi caso particular, reduzco el ritmo de carrera e ignoro su presencia.

5- Si se acerca, paraté, no le grites ni intentes huir, deja que te huela y se tranquilice. Nunca le mires a los ojos.

6- En caso de ataque, no corras, es más rápido, protege tu cuello y si te tira al suelo agrúpate y protege la cabeza.

7- No muestres miedo, los perros notan esa circunstancia. Tampoco un exceso de enfrentamiento en tu actitud. Simplemente intenta no implicarte directamente con el anima. Ignóralo.

8- Procura no correr en la misma dirección que su amo, el perro lo puede interpretar como una amenaza hacia el y puede intentar una actitud de protección.